Una nueva generación.
Eran
las doce de la noche en el Valle de Godric. Harry Potter dormía en su cama,
pero estaba intranquilo. Se movía de un lado a otro, a causa de un sueño, un
sueño que lo perseguía desde hace años... De repente, Harry se despertó sobresaltado. Sudaba frío, estaba muy pálido y respiraba agitadamente. Miró a su lado, y vio a una pequeña niña, de unos 11 años, de largo cabello negro, que dormía a su lado. Al verla, suspiró aliviado. Por lo menos, su otra Harriet estaba allí, a su lado... Miró el reloj. Eran las 12:30 de la noche. Trató de seguir durmiendo, pero el sueño lo mantuvo despierto mucho rato, así se dedicó a meditar sobre él... Harry conoció a Harriet Northcott cuando entró a 5º curso. Ella venía de otro colegio de magia en Inglaterra que había sido cerrado por la gran cantidad de padres que se iban a vivir al extranjero por la resurrección de Voldemort. A pesar de todo, Voldemort fue destruido, y ahora el mundo mágico vivía en paz. Harriet y Harry se sintieron atraídos el uno por el otro desde el primer día de clases. Se casaron cuando Harry tenía 22 años, y Harriet quedó embarazada pocos meses después del matrimonio. Harriet trabajaba en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional, era la jefa de su Departamento. Pocas semanas antes de que diera a luz, tuvo que viajar a África por una convención. Allí, sin darse cuenta, se contagió de fiebre amarilla mágica, que no presenta síntomas, y que sólo se dan a conocer pocas semanas después del contagio. Cuando Harriet regresó a Inglaterra, llegó la hora de dar a luz. Ese día Harry nunca había estado tan nervioso, pero por lo menos lo acompañarían sus amigos, Ron y Hermione. Ron se había casado con Lavender Brown, y ella también estaba esperando un bebé, pero de muchos meses menos que el de Harry. Hermione no se había casado, ya que estaba terminando de estudiar, y tampoco tenía pareja. El
día del parto todos estaban en el hospital, esperando. Seis horas después de
que Harriet entró a la sala de partos, salió una enfermera, mitad contenta
mitad triste. Harry pensó que se encontraba en una pesadilla. No lo podía creer ¡su esposa estaba muerta!...Pero, aún estaba la niña. En honor a su madre, decidió colocarle Harriet... Harriet Potter... sonaba bastante bien... En esas reflexiones, de pronto, se dio cuenta que se estaba durmiendo de nuevo. Miró nuevamente hacia su lado. Su hija estaba toda destapada, y tiritaba de frío. La tapó con las gruesas mantas, se dio vuelta, y trató de dormir un poco. Esta vez, los recuerdos de su pasado no lo acompañaron en sus sueños. Pocas
horas después, sintió que alguien lo zamarreaba. No podía abrir los ojos, le
pesaban demasiado. El zamarreo aumentaba. Incluso, sentía una voz lejana que lo
llamaba: De
pronto, abrió los ojos, que miraban hacia la pared de color crema. Una niñita
de pelo negro azabache, ojos verdes muy brillantes, sonrisa de labios color
cereza y mejillas sonrosadas lo meneaba cariñosamente, pero con fuerza. Ella
hizo un gesto afirmativo desde la puerta, mientras Harry se ponía de pie,
dispuesto a vestirse. Cinco minutos más tarde, Harry salió de su cuarto
encontrando a Harriet ya vestida en la sala, el baúl, la mochila y la jaula con
su lechuza sobre el sillón, y los platos puestos sobre la mesa, esperando de
ser servidos con el desayuno. Después de tomarse un gran tazón de leche, y de
comerse unos cuantos sándwiches de mantequilla y mermelada cada uno, cargaron
las cosas en el auto y partieron a Londres. Cuarenta minutos más tarde,
entraban en la estación con el baúl y la jaula en un carrito, y la mochila en
la espalda de Harriet. Al
entrar en la estación, empezaron a encontrarse con mucha gente conocida.
Estaba, por ejemplo, Hannah Abbott y su esposo Ernie Macmillan, que traían a su
hija Tracey al tren. También estaba Neville Longbottom, que venía como nuevo
profesor de Herbología, estaban Ginny Weasley y Colin Creevey, que traían a la
estación a sus hijos, los mellizos Laura y Thomas, y se sumaban a todo el grupo
Dean Thomas y Parvati Patil, Parvati venía como profesora de Adivinación, y
Dean venía a acompañarla. Así aprovechaban de traer a su hija Sarah. Pero de
todos los que encontraron, los que más contento pusieron a Harry fueron sus
amigos, Hermione Granger y Ron Weasley. Hermione no había contraído
matrimonio, pero sí tenía una hija. En realidad, era la hija de su hermana
Katherine, que había sido violada cuando estaba en el 7º curso de Hogwarts, y
que murió al dar a luz. Hermione decidió hacerse cargo de la niña, y le puso,
en honor a su difunta hermana, Katherine. Ron
se había casado con Lavender Brown, así que ahora ya no era Brown, sí no que
Weasley. Ellos tenían un hijo, Jeremy, que también entraba a Hogwarts. Después
de saludarse, decidieron entrar en la plataforma en grupos de a dos. Primero
entraron Harry y Harriet. Harriet nunca había estado en Kings Cross, ni mucho
menos en la plataforma 93/4, así que estaba muy asustada, y chillaba nerviosa,
hasta que Harry la calmó y pudieron entrar a la plataforma. Después los
siguieron Ron y Lavender, luego Hermione y Katherine, y el pobre Jeremy tuvo que
entrar solo. Metieron
los baúles en los compartimientos de carga, y los niños subieron al tren a
buscar compartimientos vacíos. Se asomaron por las ventanas a despedirse de sus
padres. Justo
cuando las manos de Harry y Harriet se soltaron, el prefecto que pasaba cerrando
las puertas tocó con fuerza su silbato, y el tren se puso en marcha. Harriet
cerró la ventana y se sentó. Katherine y Jeremy, estaban en el mismo
compartimiento que ella, así que se pusieron a charlar animadamente, mientras
el tren tomaba velocidad. Como al mediodía, llegó la señora del carrito. Los
tres se abalanzaron sobre sus mochilas, sacaron los monederos, y compraron
varias cajas de Grageas de Todos los Sabores de Bertie Bott, ranas de chocolate,
varitas con regaliz, brujas fritas y chocolates rellenos con crema. Mientras comían,
comentaban lo que habían hecho durante el verano, los hechizos que habían
aprendido, las posibilidades de que todos quedaran en Gryffindor... cuando, de
pronto, el tren comenzó a aminorar la marcha. Los tres se dieron cuanta que no
se habían cambiado. Jeremy tomó su mochila y partió al baño de los chicos a
colocarse el uniforme, dejando a las chicas solas cambiándose. En
eso, llega Jeremy, ya vestido. El tren comienza a aminorar aún más la marcha,
y de repente, se detiene en seco. Los alumnos comienzan a bajar alborotadamente,
y Harriet, Jeremy y Katherine esperan en el pasillo a que bajen todos. Los
tres bajaron del tren en silencio, tiritando de frío. En el fondo de la estación,
había un hombre muy grande llamando a los de primer año. ¡Era Hagrid! Comenzaron
a caminar por un estrecho sendero, que tenía muchas curvas. De repente,
llegaron al borde del lago, y sobre lo que parecía una roca gigantesca, se
alzaba el castillo de Hogwarts, con sus torres brillando por las antorchas
encendidas, y las miles de ventanas irradiando luz en la negra noche. Los
botes comenzaron a moverse suavemente, sin que nadie remara. Unos diez minuto más
tarde, bajaban en lo que era un pequeño muelle. Subieron por unas rocas
escarpadas, y se encontraron con una enorme puerta de roble,
a la que Hagrid llamó con su gigantesca mano. Les abrió la profesora
McGonagall, que aún daba clases en Hogwarts. Obviamente, ya habían pasado
varios años, así que tenía la cara aún más llena de arrugas, y su rostro
parecía aún más serio que antes. Los
llevó justo a la mitad del vestíbulo, y comenzó a hablar. Prácticamente
nadie la escuchaba, ya que todos estaban ensimismados mirando el techo y paredes
del vestíbulo, hermosamente decorados con antorchas y viejas y oxidadas
armaduras. En ese momento, la profesora McGonagall elevó la voz, y eso hizo
salir a todos de su ensueño. Todos
comenzaron a hablar a la vez. Los excitados alumnos murmuraban sin parar, cuando
llegó la profesora con un pergamino en la mano. Abrió
las puertas de roble del Gran Salón, y hubo un unánime murmullo de admiración.
Los otros cientos de estudiantes estaban sentados en las mesas de sus
respectivas casa, y como eran tantos, sólo se veía un montón de sombreros
negros. Caminaron por un pequeño pasillo entre las mesas de Gryffindor y
Hufflepuff, mientas todos admiraban el estrellado cielo encantado. Se escuchó
que Katherine le susurraba a Harriet: “Mi mamá me dijo que el cielo no era de
verdad, que era sólo un hechizo para que pareciera el cielo de afuera. ¿Puedes
creerlo?. ¡Se ve tan real!”. Llegaron frente a la tarima donde estaba la mesa
de los profesores, donde la profesora McGonagall los hizo detener. Un
niño de pelo color amarillo muy fuerte pasó al frente, se puso el sombrero, y
esperó, pálido como un papel. La
mesa de Ravenclaw aplaudió con fuerza, mientras Roderick se sentaba. Y
así, hasta… Katherine
subió a la tarima, blanca como la leche, se sentó en el taburete, y esperó... La
mesa de Gryffindor aplaudió a rabiar, mientras Katherine, muy contenta, se iba
a sentar. La
selección seguía, y se veían las caras de felicidad o decepción de los
alumnos al sacarse el sombrero. De pronto... Harriet
se subió a la tarima, se sentó, y esperó muerta de nervios. Escuchó una voz
en su oído...
-Vaya,
vaya, pero si es otro Potter, pero éste es una señorita...
Mmmm... esto no será tan difícil como con tu padre... ¡Gryffindor! Harriet
estaba tan feliz, que casi se fue corriendo a la mesa de Gryffindor, y se sentó
al lado de Katherine. Un rato después, casi al final de la selección... Jeremy
estaba tan nervioso, que cuando ya se había subido a la tarima pasó a pisarse
la túnica, y se fue de bruces al suelo, cayendo a
los pies de la profesora McGonagall. Hubo una carcajada general, y Jeremy
se puso de pie rojo como un tomate, mientras se sentaba en el taburete y se ponía
el sombrero. La
mesa de Gryffindor aplaudió una vez más, para recibir al último de sus
miembros de ese año. La profesora McGonagall se llevó el sombrero y el
taburete, los guardó en una habitación contigua al Gran Salón, y volvió a
ocupar su lugar en la Mesa Alta. El profesor Dumbledore se puso de pie para dar
su discurso de comienzos de año. Como
de costumbre, los brillantes platos de oro que tenían enfrente se llenaron de
comida, y las copas de delicioso y fresco jugo de calabaza. Harriet, a pesar de
que su padre le había contado sobre todas estas cosas, se la veía notablemente
impresionada, al igual que todos los alumnos nuevos. Después
de comer las deliciosas viandas, y de servirse los más exóticos y exquisitos
postres, los platos quedaron nuevamente limpios, y el profesor Dumbledore dijo
que ya era hora de ir a la cama. Los prefectos comenzaron a moverse, con largas
filas de alumnos detrás de ellos. El prefecto de Gryffindor, un chico alto de
cabello rubio oscuro, les pidió que lo siguieran, y que tomaran mucha atención
del camino hacia la torre, ya que el no estaría todos los días para guiarlos.
Después de caminar unos diez minutos por pasadizos desconocidos, y subir varias
escaleras, llegaron frente al retrato de la Señora Gorda, que estaba igual que
hacia 15 años, cuando Harry, Ron y Hermione salieron de Hogwarts, aunque talvez
haya aumentado algunos kilos. El retrato giró, revelando el agujero de entrada a la sala común de Gryffindor. El prefecto les pidió que entraran sin hacer mucho alboroto, les mostró donde estaba la habitación de cada uno, y después él se retiró a la propia. Harriet y Katherine se despidieron de Jeremy, y se fueron al cuarto de las chicas. Apenas entraron, se fueron a dormir. Katherine insistió en quedarse leyendo un rato, pero Harriet estaba tan cansada que se durmió de inmediato. Cuando ésta despertó a media noche, vio que la lámpara aún estaba encendida, pero Katherine estaba profundamente dormida. |
Continuará...
Autora: Katherine Pecq de Ravenclaw.